martes, 12 de enero de 2010

Las Relaciones Personales III

Claridad en las expectativas recíprocas

Muchas relaciones personales se deterioran seriamente por algo tan simple como no haber hablado las cosas en su momento con normalidad, por falta de claridad en las expectativas recíprocas. Quizá a veces nos enfadamos porque no se ha hecho lo que habíamos pedido o deseado, y el problema es simplemente que no se había entendido lo que queríamos. O resulta que molestamos a alguien sin querer, y el problema se reduce a que no sabíamos que con nuestra actitud o nuestra conducta estábamos perjudicando o molestando a esa persona.

Por eso es preciso actuar con la necesaria naturalidad y sencillez, de modo que logremos crear a nuestro alrededor un clima de confianza en el que sea fácil saber qué es lo que cada uno espera de los demás.

Otro ejemplo. A lo mejor un día nos sorprendemos de que tengamos pocos amigos. Es algo que sucede a bastante gente en algún momento de su vida: advierten que su círculo de relación es corto, que hay poca gente que cuente con ellos de modo habitual.

Si eso nos sucede, es preciso recordar que tener verdaderos amigos siempre supone esfuerzo y constancia. Aunque, como es lógico, depende mucho de la forma de ser de cada uno, siempre es preciso vencer inercias, superar pasividades y arrinconar timideces (por cierto que es sorprendente el elevado porcentaje de personas que se consideran tímidas: en algunos países hasta del orden del 40% según algunas estadísticas).

¿Y no es un poco antinatural eso de esforzarse para tener amigos, cuando la amistad debe entenderse como algo relajado y natural? La amistad debe ser, efectivamente, algo relajado, natural y gratificante. Sin embargo, la amistad, como tantas otras cosas en la vida que también son naturales y gratificantes, exige, para llegar a ella, superar un cierto umbral de pereza personal, y por eso muchos se quedan encallados en ese obstáculo. El tirón de la pereza puede llevarnos a una vida de considerable aislamiento o pasividad, y eso aunque sepamos bien que superándola nos iría mucho mejor y disfrutaríamos mucho más.

De todas formas, tienes razón en que a veces la causa de las pocas amistades está en algo más de fondo, y hemos de pensar si no vivimos bajo una cierta capa de egoísmo, si no hay una buena dosis de encerramiento en nuestros propios intereses, de refugio en una perezosa soledad.

Quizá tenemos un carácter difícil (o al menos manifiestamente mejorable) y somos de trato poco cordial, o hablamos sólo de lo que nos gusta, o vamos sólo a lo que nos gusta, o nunca nos acordamos de felicitar a nadie en su cumpleaños o en Navidad, ni nos interesamos por su salud o la de su familia, ni hacemos casi nada por estar cerca de ellos en los momentos difíciles.

O quizá ponemos poco interés en todo lo que no nos reporte un claro interés —valga la redundancia—, y aunque efectivamente tengamos una conversación paciente y educada, ponemos en esos casos un interés —exagerando un poco— similar al que se pone al hablarle a un canario en su jaula.

O quizá manifestamos habitualmente una actitud rígida o imperativa, que genera rechazo; o tendemos hacia una beligerancia dialéctica que nos lleva a buscar siempre quedar victoriosos en cualquier conversación, como si fuera una batalla, y encima queriendo dejar claro que hemos ganado; o escuchamos poco y hablamos mucho, y resultamos pesados; o somos demasiado cargantes, o prolijos (no debe olvidarse que el secreto para aburrir es querer decirlo todo); o nos pasamos de dadivosos, y nuestro trato resulta un poco acosador, o untuoso; tratamos a los demás con excesiva vehemencia, o con aires de superioridad, como dando lecciones.

Podríamos enumerar muchos otros defectos, pero quizá la clave para contrarrestarlos podría resumirse en algo muy sencillo: esforzarse por ser personas que saben escuchar y que buscan servir a los demás.

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miércoles, 6 de enero de 2010

Las Relaciones Personales II

Ahora y continuando con la cuenta de banco, apliquemos este símil a la relación de unos padres con su hijo. Por ejemplo, si a pesar de que le quieres sinceramente, el trato con un hijo tuyo adolescente se reduce en la práctica a periódicas reconvenciones (ordena tu cuarto, has llegado tarde, vístete como una persona normal, córtate el pelo, baja la basura, a ver si ayudas en casa, baja el volumen de la radio, dónde vas con esas pintas, etc.), más algunas conversaciones insustanciales, unos cuantos consejos (por desgracia, frecuentemente inoportunos), y poco más, entonces es muy probable que la cuenta emocional con tu hijo esté en números rojos desde hace tiempo.

En esas circunstancias, si tu hijo tiene que tomar una decisión importante, la comunicación con él será tan difícil, y su receptividad tan baja, que toda tu sabiduría, tu experiencia de padre o de madre y tu afán de ayudarle te servirán en ese caso realmente para bien poco.

¿Cuál es la solución entonces? Si es ésa la situación, lo más práctico es salir cuanto antes de los números rojos y llegar pronto a niveles de cierta solvencia emocional en esa relación.

Habrá que tener pequeñas atenciones, mostrar una mayor capacidad de interesarse por él, de escucharle y comprenderle. Habrá quizá que dedicarle más tiempo, y procurar ponerse más en su lugar. Tendrás que hacerle sentir que se le acepta como es, que se le quiere ayudar a mejorar respetando lo más posible sus ideas y su personalidad.

Probablemente no logres mejoras rápidas ni espectaculares, porque quizá hay muchos números rojos y no somos capaces de hacer depósitos tan rápidamente: bien porque tenemos ingresos bajos (poco hábito de preocupación efectiva por los demás); o porque tenemos grandes y arraigados hábitos de gasto (por egoísmo, impaciencia, irascibilidad, susceptibilidad, distancia emocional, etc.); o bien porque somos de carácter cíclico o inestable, y hacemos grandes ingresos hoy pero mañana lo despilfarramos todo tontamente.

Lo malo es que a veces uno no sabe si está acertando o no, porque a lo mejor piensas que estás haciendo depósitos y resulta que estás haciendo una auténtica sangría en esa famosa cuenta... Por eso es importante considerar que en las relaciones humanas no basta con tratar a los demás como quisieras que te trataran a ti, porque quizá hay cosas que a ti te agradan y a esa otra persona no, o cosas que nosotros consideramos triviales pero que para ella son muy importantes.

Hay que asegurar, por ejemplo, que nuestros intentos de acercamiento no se produzcan en momentos inoportunos y generen nuevos rechazos. Y comprobar que no hay una profunda falta de comprensión mutua que haga que esa relación se esté construyendo sobre cimientos minados.

Hacerse cargo de la realidad intelectual y emocional de los demás —cómo piensan y qué sienten—, así como de su capacidad real de superarse —muy relacionada con su fuerza de voluntad—, es decisivo para construir una buena relación (dedicaremos a ese tema en otro articulo).

Otras veces, a lo mejor piensas que algo ha sido un error sin más trascendencia, y resulta que él, o ella, le dan una importancia enorme... Hay multitud de pequeños detalles que, aun siendo cosas objetivamente pequeñas, en la subjetividad emocional de la otra persona pueden ser llegar a ser muy grandes.

Pero, por fortuna, ese efecto, que observamos que se produce en sentido negativo ante pequeñas faltas de respeto o consideración, breves enfados, sencillas promesas incumplidas, etc., puede producirse igualmente en sentido positivo ante sencillas muestras de afecto, de reconocimiento, de deferencia, de lealtad, etc.

Cada uno valora de modo especial algunas cosas, y es verdadera muestra de buena convivencia esforzarse por conocerlas y mantenerlas en la memoria para poder así hacerles la vida más agradable. Todo el mundo valora en mucho los detalles, entre otras cosas porque por lo general las personas suelen ser más sensibles de lo que aparentan.
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lunes, 4 de enero de 2010

Las Relaciones Personales I

La mayoría de los problemas que enfrentamos las personas, y tal vez, los que más dolorosamente nos afectan, son precisamente conflictos en la relación con otras personas.

Aunque algunos quizá poseen una gran capacidad de relación en su vida laboral, son altamente estimados, respetados en su trabajo, y al que dedican todo el tiempo del mundo, sin embargo su relación con su esposa o su esposo, o con sus hijos dista muy lejos de ser así.

Y en nuestra consultoría a empresas y organizaciones, cuando llegamos a conocerlas de cerca, advertimos que los problemas más graves también provienen de dificultades de relación entre sus máximos responsables o de ellos con el resto de los integrantes de la entidad, es decir existe una evidente falta de higiene laboral, como le llamamos.

Lo malo es que, tanto en unos como en otros casos, cuando comprueban que se ha deteriorado su relación con otra u otras personas, muchas veces, en vez de esforzarse por mejorarla, buscan refugio en otros ámbitos de su vida, o en otras relaciones, eludiendo así la grave necesidad de reconstruirlas. De este modo, los problemas se hacen más serios y por lo tanto cada vez más difíciles de resolver.

Quienes nos dedicamos a trabajar en las relaciones humanas hemos utilizado, a la hora de tratar con estos desafíos, la metáfora llamada “cuenta bancaria emocional”.

Tal como en una cuenta bancaria ingresamos nuestro dinero, es decir hacemos un depósito. Cuando sacamos el dinero de allí, o hacemos cualquier pago a través de esa cuenta, reducimos parte de ese depósito.

Continuando con esta idea, todos tenemos abierta una especie de cuenta emocional con cada una de las personas que nos relacionamos en la cotidianidad de la vida. En esa cuenta efectuamos ingresos mediante la cordialidad, el aprecio, el amor, el trato afable, la honestidad, la lealtad, el cariño, etc. A medida que hacemos ingresos en esa cuenta, aquella persona irá acumulando un mayor depósito (un activo; estima por ejemplo) en relación a nosotros.
Cuando actuamos mal respecto a ella, es como si efectuáramos una salida (un pasivo; agravio), y el balance disminuye. Cuando la cuenta tiene un balance o saldo alto, entonces genera confianza, la comunicación es fluida y la relación es grata (sucede igual como con los bancos).

Pero si tenemos la mala costumbre de mostrarnos ingratos y desagradables con esa persona, y traicionamos esa confianza, el balance irá bajando hasta llegar a un nivel bajo, incluso hasta ponerse en números rojos (negativo). Y si estamos continuamente haciendo equilibrios entre los números negros y los rojos, la relación será tensa y difícil (aquí también sucede como con los bancos); y si estamos habitualmente en números rojos, ya no será simplemente difícil, sino muy difícil. (Hasta cerrarnos la cuenta)

El problema de muchas empresas e instituciones de todo tipo es que las relaciones entre los miembros funcionan justamente así, con su cuenta emocional en números rojos, o al borde de estarlo. En lugar de una buena comunicación, prevalece —como mucho— una difícil convivencia entre estilos diferentes, o una hipócrita tolerancia. Y muchas familias, muchos matrimonios, funcionan también ordinariamente así. Y entre muchos compañeros, vecinos o conocidos hay también una relación de este tipo, fácilmente hostil, defensiva y susceptible.

Las buenas relaciones humanas, y sobre todo las más prolongadas —familia, trabajo, amistad, etc. — exigen depósitos (activos) continuos en eso que estamos llamando cuenta emocional, porque el desgaste de la vida diaria ya supone siempre un goteo continuo de salidas (pasivos). Continuará…
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